lunes, 10 de septiembre de 2012

Caelum et infernum


Siempre pensé que aquello del cielo y el infierno (por más metafórico que sea) tiene su grado de verdad; como dije, no hay nada verdadero, todo depende de una perspectiva y una serie de juicios de valor al respecto.
El infierno entonces cobró sentido para mí, cuando yo imaginaba (en el caso de que así se diera) mis últimos instantes de vida; siempre habrá últimos instantes… o en un hospital con gente alrededor llorando (o satisfecha), o sin nadie; o después de ser atropellada por un carro y gente por montones preguntando sobre mi identidad y simultáneamente robando el dinero de mi bolso; o con un tiro o puñal en alguna parte del cuerpo, tras haber sido atracada en algún lugar de Colombia; o durante los momentos previos a la muerte que se dan durante el infarto; y ni se diga de un suicidio… muchos instantes para pensarse, para pensar por última vez la existencia misma. 
Y entonces, cuando uno estuviese en dichas reflexiones metafísicas, físicas y sensoriales, el momento decisivo de estar en el cielo o el infiero vendría a ser el grado de aceptación con el que uno asume la muerte y la vida que tuvo. Si se arrepiente, ese tiempo, corto tiempo, pero tiempo al final de cuentas, vendría  a ser el infierno; pero si no... si se puede morir en paz, como me siento ahora, la ascensión y la estadía junto a “dios” dejaría de ser algo mitológico y así… hasta la eternidad (aunque suene muy cristiano). Porque para mí, la eternidad es eso, lo que se conserva en la memoria, y la memoria como buena perteneciente del cuerpo y sujeta a procesos orgánicos, se termina ahí, cuando el organismo entra al periodo de descomposición…

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