miércoles, 12 de diciembre de 2012

Las cosas que pasan


La vida tiene muchos quiebres. Todo el tiempo los tiene. La gente pasa, envejece todos los días y no se percata de que lo hace. Lo mismo me pasa. Hace nada, estaba yo, escuchando la canción que suena ahora desde mi portátil, diciéndole a Andrés que quería mejorar mi vida en muchos aspectos y ahora… ahora heme aquí.
Uno pensaría que a veces es mejor no pensar. Pero con el simple hecho de hacerlo, ya estoy haciendo lo que preferiría no hacer.
Y pensar, pensarme (en este caso) implica pensar el pasado también. Es decir, tener presentes los recuerdos. Por un lado están los fantasmas: esos que uno preferiría olvidar y que por la misma razón decide ocultarlos en una parte nublada de la memoria. El problema, es que esa parte, así como la neblina, se despeja ocasionalmente, exhibiendo con claridad lo que nos mata lentamente.
Por otro lado, se encuentran los recuerdos memorables, fotografiables, dignos de materializar con palabras, dignos de contar. Estos recuerdos, los que uno suele tener presentes cuando necesita auto-justificarse la existencia en momentos de debilidad emocional, esos mismos, pueden también matarlo a uno.
Y matan, porque cuando uno tiene una imagen yuxtapuesta del lugar en donde se encuentra reflexionando sobre todo eso, y esa imagen le remite a emociones de mayor gratitud y dicha, y uno se ve sonriente, pleno y feliz, lo único que surge es la pregunta ¿cómo fue que las cosas cambiaron?
Hace nada, estaba yo pasando por la calle (que está en frente mio) por donde veo pasar mucha gente ahora. Yo iba aligerando el paso, ansiosa por conocer al chico de camiseta negra y buso blanco debajo.
Hace nada, vine a este lugar con el chico de camiseta negra y buso blanco debajo, quien tras casi un mes de salidas conmigo, se convirtió en mi novio. Duramos más o menos 4 años y medio.
Hace nada, pasaba yo por esta calle con otros dos chicos, quienes con el tiempo han llegado a significar mucho más de lo que uno imaginaría… y pasábamos, porque salíamos del museo y continuaríamos la celebración en un bar (en donde por cierto, han sucedido muchas cosas).
Y entonces, ver los cambios que tiene la historia de uno (a veces, leves, a veces dramáticos o radicales) hacen que hoy 12 del 12 del 12 (año en el que decidí conquistar la libertad de la existencia) yo recuerde {tomando coca cola, con una camiseta de Zara que tiene estampada la premisa Carpe Diem , unas botas que compré en uno de mis viajes a Cali y que estrené en Lulu con Andrés, las uñas pintadas de verde (como cuando tenía 14) y el maletín de converse que me regaló el chico de camiseta negra y buso blanco en la primera navidad que pasamos juntos} que envejezco.